¡Españoles!:
A cuantos sentís el santo amor a España, a los
que en las filas del Ejército y Armada habéis hecho profesión de fe en el
servicio de la Patria, a los que jurasteis defenderla de sus enemigos hasta
perder la vida, la Nación os llama a su defensa.
La situación en España es cada día que pasa
más crítica; la anarquía reina en la mayoría de sus campos y pueblos [...].
Huelgas revolucionarias de todo orden
paralizan la vida de la Nación [...].
La Constitución, por todos suspendida y
vulnerada, sufre un eclipse total; ni igualdad ante la Ley, ni libertad,
aherrojada por la tiranía, ni fraternidad cuando el odio y el crimen han
sustituido al mutuo respeto, ni unidad de la Patria, amenazada por el desgarramiento
territorial más que por regionalismos que los propios poderes fomentan [...].
Pero, frente a eso, una guerra sin cuartel a
los explotadores de la política, a los engañadores del obrero honrado, a los
extranjeros y a los extranjerizantes que directa o solapadamente intentan
destruir a España.
En estos momentos es España entera la que se
levanta pidiendo paz, fraternidad y justicia; en todas las regiones, el
Ejército, la Marina y las fuerzas del orden público, se lanzan a defender la
Patria. La energía en el sostenimiento del orden estará en proporción a la
magnitud de las resistencias que se
ofrezcan. [...]
Como la pureza de nuestras intenciones nos
impide el yugular aquellas conquistas que representan un avance en el
mejoramiento político-social, y el espíritu de odio y venganza no tiene
albergue en nuestros pechos, del forzoso naufragio que sufrirán algunos ensayos
legislativos, sabremos salvar cuanto sea compatible con la paz interior de
España y su anhelada grandeza, haciendo reales en nuestra Patria, por primera
vez, y por este orden, la trilogía FRATERNIDAD, LIBERTAD E IGUALDAD.
Españoles: ¡¡¡VIVA
ESPAÑA!!! ¡¡¡VIVA EL HONRADO PUEBLO ESPAÑOL!!!
Comandante General de
Canarias
Santa Cruz de
Tenerife, a las cinco y cuarto horas del día 18 de julio de 1936.
Diario “La Tarde”, Santa Cruz de Tenerife, 18
de julio de 1936.
Destinatarios: ¡Españoles!:
Que sienten “el santo amor a España”.
A los que en el Ejército
y la Armada sirven a su Patria y han jurado defenderla hasta la muerte y ahora
la Nación os llama en su defensa.
La situación en
España es cada día que pasa más crítica:
*.- la
anarquía reina en la mayoría de sus campos y pueblos.
*.- las
huelgas revolucionarias de todo orden paralizan la vida de la Nación.
*.- la
Constitución, por todos suspendida y vulnerada:
*.- ni
igualdad ante la Ley.
*.- ni
libertad, presa de la tiranía.
*.- ni
fraternidad (el odio y el crimen han sustituido al mutuo respeto).
*.- ni unidad de la
Patria (amenazada por el desgarramiento territorial más que por regionalismos
que los propios poderes fomentan).
Frente a esto:
*.- una
guerra sin cuartel a los explotadores de la política.
*.- a
los que engañan al obrero honrado.
*.- a los
extranjeros y a los extranjerizantes que directa o solapadamente intentan
destruir a España.
Ahora, es España
entera la que se levanta pidiendo paz, fraternidad y justicia.
En todos los lugares
el Ejército, la Marina y las fuerzas del orden público, se lanzan a defender la
Patria.
La energía en el
sostenimiento del orden estará en proporción a la magnitud de las resistencias que se ofrezcan.
Nuestras intenciones:
*.- no
niegan los avances políticos y sociales alcanzados.
*.- no
se fundamentan en el odio y la venganza.
*.- del
necesario cambio de algunos “ensayos legislativos, sabremos salvar cuanto sea
compatible con la paz interior de España y su anhelada grandeza”.
Haciendo reales en
nuestra Patria, por primera vez, y por este orden, la
*.- FRATERNIDAD,
*.-
LIBERTAD
*.- E
IGUALDAD.
Españoles: ¡¡¡VIVA
ESPAÑA!!! ¡¡¡VIVA EL HONRADO PUEBLO ESPAÑOL!!!
Comandante General de
Canarias
Santa Cruz de
Tenerife, a las cinco y cuarto horas del día 18 de julio de 1936.
Diario “La Tarde”, Santa Cruz de Tenerife, 18
de julio de 1936.
La Resolución de la
Comisión Constitucional del Congreso que obtuvo el voto unánime de todos los
grupos parlamentarios (20 de noviembre de 2002) afirma:
"Nadie puede
sentirse legitimado, como ocurrió en el pasado, para utilizar la violencia con
la finalidad de imponer sus convicciones políticas y establecer regímenes totalitarios
contrarios a la libertad y a la dignidad de todos los ciudadanos, lo que merece
la condena y repulsa de nuestra sociedad democrática".
Asimismo, en ella se
habla del deber de nuestra sociedad democrática de "proceder al
reconocimiento moral de todos los hombres y mujeres que fueron víctimas de la
guerra civil, así como de cuantos padecieron más tarde la represión
franquista".
Añade:
"Cualquier iniciativa promovida por las familias de los afectados que se
lleve a cabo en tal sentido, sobre todo en el ámbito local, deberá evitar que
sirva para reavivar viejas heridas o remover el rescoldo de la guerra
civil".
ORIGENES DE LA GUERRA:
“Una
España convulsa, atormentada y caótica nadie luchaba por la democracia. Los
unos porque defendían la religión, querían imponer el orden a toda costa –y
algunos pretendían el mantenimiento de privilegios sociales irritantes–; los
otros, porque, salvo unos pocos republicanos moderados, pretendían imponer la
dictadura del proletariado. La sublevación de octubre de 1934, protagonizada
por el Partido Socialista, contra el Gobierno de la República y el intento
separatista de la Generalidad de Cataluña, presidida por Luis Companys, si no
son el comienzo de la Guerra Civil, cuando menos constituyen el preludio de la
tragedia que se avecinaba. Nadie defendía los principios y valores de la democracia
liberal. Por otra parte, no ha de olvidarse el grave daño que a la convivencia
hizo el laicismo furibundamente anticlerical de la II República, plasmado en la
propia Constitución de 1931, que dio lugar a una sañuda persecución de la Iglesia”.
"Los
crímenes hechos en nombre de la revolución proletaria, por muchos agravantes
que tengan, son tan execrables como los fusilamientos de los adversarios
políticos perpetrados por quienes decían luchar por Dios y por la Patria. ¿Qué
locura se había apoderado del pueblo español para llegar a estos extremos?".
Lo
cierto es que los ideales revolucionarios de unos y el espíritu de Cruzada de
otros quedaron manchados por crímenes execrables cuya constatación nos debe avergonzar
como españoles”.
“La República habría venido con la intención de
superar y remediar los males seculares de España. Fracasó por el oscurantismo
de las fuerzas reaccionarias que, viendo peligrar sus privilegios, se alzaron
en armas contra el pueblo. Los republicanos pudieron cometer errores; nunca,
por supuesto, imputables a ellos mismos, sino derivados de la tarea ingente que
abordaron (revocar, para mejor, lógicamente, la historia patria desde sus
cimientos”.
La conspiración
preparatoria de un golpe de Estado de signo derechista tuvo diversos precedentes
en los años anteriores:
*.- En 1934
algunos jefes monárquicos con el gobierno fascista de Italia para recabar su
apoyo y se reorganizaron fuerzas paramilitares de signo carlista.
*.-
A finales de 1935 altos jefes militares se reunían para estudiar la
conveniencia y posibilidades de un pronunciamiento, que fue decidido como
consecuencia del triunfo del Frente Popular en febrero de 1936.
En
la preparación del levantamiento participaron militares con antecedentes
republicanos (Cabanellas, Queipo de Llano). Era un ataque al Frente Popular y a
las tendencias revolucionarias.
Al
principio Franco se mantuvo a la expectativa, uniéndose posteriormente al
levantamiento.
El
levantamiento se vio acelerado por el asesinato de José Calvo Sotelo, jefe del
derechista Bloque Nacional llevado a cabo por guardias de asalto en represalia
por el asesinato del teniente Castillo.
Los
carlistas, que habían negociado con Mola, se incorporaron al levantamiento.
*.- Como reacción,
el Gobierno dispersó a los generales que consideraba más peligrosos
Se
inició en Melilla (17 de julio de 1936), se extendió por el protectorado
marroquí y Franco asegurado su éxito en Canarias voló a Tetuán para tomar el
mando de los sublevados. En la península el resultado del levantamiento fue
diverso, dependiendo de la fuerza de las organizaciones político-sindicales y
de las fuerzas del orden público. Fracasó en Madrid, en Barcelona, en Valencia,
Asturias, Santander y el País Vasco (excepto Alava). Triunfó en Zaragoza,
Sevilla, Granada, Córdoba, Navarra, Galicia, Castilla la Vieja y León
“Mola había organizado un golpe militar relámpago para
derribar al Gobierno y acabar con el caos existente. El poder lo asumiría un
directorio militar provisional, presidido por el general Sanjurjo, que sería
sustituido por un gobierno civil tan pronto como se restableciera el orden y
pudiera consultarse al pueblo sobre la forma de gobierno. Hecho esto, el
Ejército retornaría a los cuarteles.
Pero la guerra
de Mola fue un fracaso rotundo. Las cosas no salieron como preveía, y lo que
iba a ser un golpe fulminante se convirtió en una larga y cruenta guerra civil.
También fracasó en el terreno político, pues fue incapaz de impedir que el
general Franco, además de la jefatura del Ejército, asumiera el poder civil
como jefe del Estado (cuando sólo había sido nombrado jefe del Gobierno del
Estado español y Jefe Nacional del nuevo partido Falange Española Tradicionalista
y de las JONS), para erigirse en "caudillo" de España vitalicio, al
estilo del Führer alemán, Adolfo Hitler, y el Duce italiano, Benito Mussolini.
El 2 de septiembre de 1937, víspera de su trágica muerte, Mola mantuvo una
tensa conversación telefónica con Franco, a quien dijo antes de colgar:
"Yo no paso por eso".
Se atribuye el
fracaso de los planes de Mola al retraso de Franco en ponerse al frente del
Ejército de Marruecos. No llegó hasta el día 19, cuando la cita era para el 17.
En esos dos días el Gobierno republicano había conseguido el control de la
escuadra y bloqueado los puertos de Ceuta y Melilla. Esto hizo que el paso de
las tropas a la Península se demorase hasta la primera quincena de agosto. Para
cuando las avanzadillas del ejército sublevado llegaron a las proximidades de
la Ciudad Universitaria de Madrid, entraban en la capital las Brigadas
Internacionales. Todos los intentos de tomar Madrid fueron infructuosos.
La participación del carlismo navarro, cuya
participación permitió a Mola resistir en el norte hasta la llegada del
Ejército de África (resulta paradójico que el carlismo entrara victorioso en
Madrid y perdiera la paz y acabó por diluirse en un régimen totalitario que en
la práctica se situó en los antípodas de su pensamiento político)”.
CARACTERES SOCIALES E
IDEOLÓGICOS DE LA GUERRA:
Iniciado
el pronunciamiento militar, enseguida se convirtió en una contienda en la que
participaron todos los sectores de la población en una verdadera lucha social e
ideológica.
Como reacción
se produjo una revolución político-social en la zona en la que se mantuvo la
legalidad republicana (¿provocó y aceleró aquello mismo que el levantamiento
quería evitar ó éste fue producido por esa revolución político-social que ya se
había iniciado con el triunfo del Frente Popular?).
En la zona
donde triunfo el pronunciamiento se produjo una reacción que fue más allá de la
anulación de las reformas republicanas y de las medidas contrarrevolucionarias .
Si bien en este
antagonismo social no hubo delimitaciones absolutas, el alzamiento fue promovido
o secundado por las clases elevadas y por gran parte de la oficialidad del
ejército. El conjunto de las clases populares constituyeron la base de la
resistencia republicana.
La clase media
quedó forzosamente dividida, básicamente por motivos ideológicos (e incluso religiosos)
y de defensa de sus intereses.
La gran masa
proletaria, industrial y campesina, fue la gran fuerza republicana, pero
también el otro bando tuvo el apoyo de los sectores populares del
tradicionalismo de Navarra y otros puntos.
Tampoco hubo
una polarización de los partidos de derechas o de izquierdas hacia un bando u
otro. Hubo miembros significativos de los primeros que se negaron a romper con
la legalidad republicana.
El Gobierno de
la Generalidad tuvo que transigir con el predominio revolucionario de las milicias
anarcosindicalistas para preservar su autonomía y, aprobado su Estatuto al
estallar la guerra, la misma actuación tuvieron los nacionalistas vascos (pese
a su tradicionalismo y fervor religioso).
Condiciones y evolución de la guerra:
Aunque
inicialmente el bando gubernamental tuvo los recursos financieros y las
principales zonas industriales y mineras, fueron contrarrestadas estas ventajas
por:
*.- la
desorganización militar provocada por el estallido revolucionario.
*.- las disensiones políticas en el seno de la República.
Revolución
social: fábricas y empresas fueron intervenidas por obreros y sindicatos, procediéndose
de a colectivizaciones de distinto tipo. Lo mismo en el campo.
La revolución
produjo una oleada de persecuciones y asesinatos llevados a cabo por multitud
de comités extremistas consideradas derechistas y, en particular, contra los
miembros, edificios y bienes de la Iglesia.
Poco a poco los
gobiernos republicanos pudieron recuperar el control sobre la acción desordenada
y autónoma de los anarquistas y otros grupos extremistas.
“El ganar la guerra antes de hacer la revolución” de
los comunistas los enfrentó a los anarcosindicalistas.
También la
fractura entre socialistas y comunistas y republicanos minaron la fuerza de los
gobiernos republicanos.
El final
desastroso de la guerra condujo a un penoso exilio a centenares de miles de
españoles de ideas izquierdistas y democráticas.
Más discutido
ha sido el papel jugado por la intervención extranjera: Italia y Alemania por
un lado y Francia y Rusia por otro, junto a las Brigadas Internacionales.
Equilibradas para unos y, por la discontinuidad y condicionamientos de la
segunda, a favor de la primera.
Por el contrario el bando nacionalista contó desde el
principio con la adhesión de una importante proporción de la oficialidad
profesional y tropas más entrenadas y disciplinadas (coloniales marroquíes y de
la legión).
También su articulación como Estado militarizado
contribuyó a la concentración de todos sus recursos hacia la consecución de la
victoria. La desorganización y multiplicidad de poderes autónomos del bando
republicano frente al centralismo y fortalecimiento de un mando político
fundido con el militar del bando sublevado.
En el bando
sublevado, la indefinición inicial, fue sustituida por la concentración del poder,
la derogación de la legislación social y laboral de la República, la anulación
de las iniciativas de reforma agraria, la supresión de todos los partidos y
sindicatos, el establecimiento de un Estado Nacional-Sindicalista (contrario al
capitalismo y marxismo), abolida la legislación laicista de la República,
calificado el Alzamiento como Cruzada Nacional, establecimiento de un partido
único y concentración de todos los poderes en la figura de Franco (jefe militar
y político, del Estado y del Gobierno) a partir de 1938.
“La operación
de «rescate de la memoria histórica» se ha fundado sobre premisas falaces, se
ha convenido en un ejercicio de flagrante y premeditada falsedad, que la Guerra
Civil fue un conflicto entre la democracia y el fascismo; y la facción gobernante,
al arrogarse la herencia de un bando presuntamente democrático, ha pretendido
arrojar sobre la facción opositora la herencia fascista.
Pero la triste
verdad es que la izquierda española, en vísperas de la Guerra Civil, era
mayormente revolucionaria y totalitaria. La Guerra Civil fue un choque de
totalitarismos, contemplado con regocijo y expectación, desde Berlín y Moscú y
aderezado por un elemento autóctono de atávicas rencillas cainitas.
La escueta verdad
es que unos y otros fueron carnaza arrojada a la trituradora de las ideologías
totalitarias, pobres gentes a las que tocó pegar tiros en una u otra trinchera
por razones estrictamente geográficas, pobres gentes fusiladas por crímenes tan
pavorosos como estar afiliadas a un sindicato o ir a misa los domingos
Conviene una
memoria del perdón: la que rinde homenaje por igual a quienes murieron en
Badajoz y Paracuellos, a las muchachas milicianas que apenas sabían enarbolar
un fusil y a los jóvenes seminaristas que sólo habían enarbolado un crucifijo.
La Guerra Civil
fue un trágico fracaso colectivo del pueblo español. Decir que fue una rebelión
de los fascistas contra los demócratas es simplificar las cosas y falsear la
realidad, porque en la España de 1936 la democracia y los demócratas brillaban
por su ausencia.
Los voluntarios
navarros no se sublevaron para instaurar la dictadura de Franco, sino para
defender la religión y el orden.
Del mismo modo,
los milicianos del Frente Popular no luchaban por la democracia, sino por el
triunfo del socialismo totalitario y marxista, con el que creían poder acabar
con la injusticia social.
Por eso los
españoles de hoy debemos defender el gran valor de la Constitución de 1978, que
representó el fin de las dos Españas y el comienzo de un nuevo régimen en el
que todos los españoles tienen plena cabida, cualquiera que sea su concepción
del mundo y el proyecto político que asuman, siempre que no traten de imponer
sus ideas por medio de la violencia.
La Constitución
de 1978 fue el triunfo de la libertad y del espíritu de concordia. Por eso, la
recuperación o conservación de la memoria histórica debe ser cosa de historiadores,
no de políticos, y no debiera esgrimirse para reabrir el foso de la
incomprensión y de la intolerancia. Aprendamos las lecciones de la historia, y
neguémonos a repetirla.
CUESTIONES
COMPLEMENTARIAS:
En el orden
financiero, la República tenía ventaja porque controlaba las sustanciales reservas
de oro del Banco de España, cuya movilización serviría como medio de pago de
los suministros importados del extranjero, en tanto que sus enemigos carecían
de recursos constantes análogos y sólo disponían de sus posibilidades
exportadoras para obtener divisas aplicables a las ineludibles compras
exteriores.
Esta ventaja inicial en recursos industriales y
financieros por parte de la República hizo creer a algunos de sus dirigentes
que la prueba de fuerza planteada por los sublevados podría ganarse. Así lo
hizo explícito Indalecio Prieto en una alocución radiada el 8 de agosto de
1936:
"¿De
quién pueden estar las mayores posibilidades de triunfo en una guerra? De quien
tenga más medios, de quien disponga de más elementos. Esto es evidentísimo...
Pues bien: todo el oro de España, todos los recursos monetarios válidos en el
extranjero, todos, absolutamente todos, están en poder del Gobierno. (...) Todo
el poder industrial de España... está en nuestras manos".
En términos militares, los sublevados contaban con la
totalidad de las bien preparadas y pertrechadas fuerzas de Marruecos
(especialmente, el contingente humano de la temible Legión y de las Fuerzas de
Regulares Indígenas: "los moros") y con la mitad de las fuerzas
armadas existentes en la propia Península, con una estructura, equipo y cadena
de mando intactos y funcionalmente operativos.
El mayor problema en este ámbito residía en las
dificultades de transporte del llamado "Ejército de África" a la
Península (habida cuenta de la falta de flota y aviones para llevarla a cabo),
motivo por el cual el general Franco había emprendido sus propias gestiones
para hacer posible la empresa mediante la solicitud del apoyo aéreo italiano y
alemán.
El 25 de julio, desde Tetuán, Franco solicitaba
nuevamente al cónsul italiano en Tánger ese apoyo ("12 aviones de
transporte, 10 aviones caza y 10 aviones de reconocimiento") y daba cuenta
de la favorable situación militar presente: "Franco me asegura que con tal
material y con fuerzas armadas y armas de que dispone es seguro éxito".
Frente a la relativa confianza militar que imperaba en
el área sublevada, en la zona republicana las autoridades estaban realmente
aterradas por la situación en su fuero interno. Tanto que Santiago Casares
Quiroga dimitió de su cargo de jefe del Ejecutivo el mismo día 18, el republicano
moderado Diego Martínez Barrio fracasó en su efímero intento de formar un
gobierno para mediar con los rebeldes aquella tarde-noche y, por último y por
exclusión, el azañista José Giral tuvo que sustituirlo al frente de un nuevo
Gabinete exclusivamente republicano el 19 de julio de 1936.
Para entonces era evidente que el Gobierno había
sufrido la defección de más de la mitad del generalato y de cuatro quintas
partes de la oficialidad, viéndose obligado a disolver la casi totalidad de sus
unidades por decreto de aquel 19 de julio: "Quedan
licenciadas las tropas cuyos cuadros de mando se han colocado frente a la
legalidad republicana". Ese mismo día, muy consciente de su falta de
medios y pertrechos bélicos, Giral remitía su demanda telegráfica de ayuda
militar al nuevo Gabinete del Frente Popular que había asumido el poder en
Francia escasamente dos meses antes.
La gravedad de la situación se acentuaba porque, dada
la ausencia de esos instrumentos coactivos, la defensa de la legalidad
republicana había quedado en manos de milicias sindicales y populares improvisadas
y a duras penas mandadas y dirigidas por los escasos mandos militares que se
mantuvieron leales. Y había sido una combinación de esas fuerzas de seguridad
leales y milicianos sindicales y partidistas la que había conseguido el aplastamiento
de la sublevación en las grandes capitales y centros urbanos. Como reconocería
después un periodista anarquista barcelonés que participó en los combates al
lado de las fuerzas de la Guardia Civil y de la Guardia de Asalto: "La
combinación fue decisiva.
A pesar de su combatividad, de su espíritu
revolucionario, la CNT sola no habría podido derrotar al ejército y a la
policía juntos. De haber tenido que luchar contra ambos, en unas pocas horas no
habría quedado ni uno de nosotros".
No obstante la catástrofe que supuso la práctica
disolución de su Ejército, la República pudo congratularse por retener en sus
manos casi dos tercios de la minúscula fuerza aérea y algo más de la anticuada
flota de guerra, cuya marinería se había amotinado contra los oficiales
rebeldes y había implantado un bloqueo del estrecho de Gibraltar para evitar el
traslado de las decisivas tropas marroquíes al mando del general Franco.
En definitiva, aunque habían triunfado ampliamente en
la España rural y agraria, el fracaso de los militares sublevados en las partes
de España más modernizadas, incluyendo la propia capital del Estado (cuyo
dominio conllevaba el reconocimiento jurídico internacional), les obligaba a
emprender su conquista mediante verdaderas operaciones bélicas. El golpe
militar parcialmente fallido devenía así en una verdadera y cruenta guerra
civil. Y como ningún bando disponía de los medios y el equipo militar necesarios
y suficientes para sostener un esfuerzo bélico de envergadura, ambos se vieron
obligados a dirigirse de inmediato en demanda de ayuda a las potencias europeas
más afines a sus postulados, abriendo así la vía al crucial proceso de
internacionalización de la contienda.
La distribución inicial de fuerzas materiales entre
los dos bandos contendientes ofrecía, por tanto, la imagen de un empate virtual
imposible de alterar con la movilización de los recursos propios y endógenos. Y
nada en esa situación coyuntural hacía presagiar una victoria total o una
derrota sin paliativos por parte de ninguno de ambos contendientes.
Mediación
internacional
Más adelante, en varias ocasiones durante el
despliegue cronológico del conflicto (en virtud de razones tanto internas como
exteriores), tomó cuerpo como posibilidad viable la idea de una mediación internacional
o una capitulación negociada para poner término al conflicto:
*.- En el verano de 1937, cuando las
primeras ofensivas republicanas en Brunete y en Belchite demostraron la
existencia de una máquina militar con cierta capacidad de ataque y maniobra
(con el consecuente desánimo italo-germano y las paralelas gestiones
anglo-francesas en pro de un armisticio).
*.- En el invierno de 1937-1938, cuando
tuvo lugar la única victoria ofensiva republicana con la ocupación efímera de
la ciudad de Teruel (en el contexto de una tensión creciente de la entente
anglo-francesa ante la anunciada anexión alemana de Austria).
*.- En el verano de 1938, cuando el
asalto republicano en la desembocadura del Ebro desbarata el avance franquista
sobre Valencia y da origen a la batalla más larga y cruenta de toda la
contienda española (en vísperas de la grave crisis germano-checa que puso a
Europa al borde de la guerra general).
El final:
Sin embargo, ni un armisticio, ni una mediación
internacional, ni una capitulación negociada y condicionada pusieron término al
conflicto fratricida. Y no fue así por varias razones:
El presidente Azaña, ya en su exilio en Francia desde
febrero de 1939, enumeró las razones de la abrumadora derrota republicana (más
que los motivos de la victoria total franquista):
"El
presidente considera que, por orden de importancia, los enemigos del Gobierno
republicano han sido cuatro. Primero, la Gran Bretaña [por su adhesión al
embargo de armas prescrito por la política colectiva de No Intervención]; segundo, las disensiones políticas de los mismos
grupos gubernamentales que provocaron una anarquía perniciosa que fue total
para las operaciones militares de Italia y Alemania en favor de los rebeldes;
tercero, la intervención armada italo-germana, y cuarto, Franco (...)".
Los dos bandos combatientes en la contienda civil
española tuvieron que hacer frente a tres grandes y graves problemas inducidos
por la Guerra Total en el plano estratégico-militar, en el ámbito económico-institucional
y en el orden político-ideológico. En gran medida, el éxito o fracaso de sus
respectivos esfuerzos bélicos dependió de la acertada resolución de estas tres
tareas básicas:
1º. La reconstrucción de un Ejército
combatiente regular, con mando centralizado y jerarquizado, obediencia y
disciplina en sus filas y una logística de suministros bélicos constantes y
suficientes, a fin de sostener con vigor el frente de combate y conseguir
ulteriormente la victoria sobre el enemigo o, al menos, evitar la derrota.
2º. La reconfiguración del aparato
administrativo del Estado en un sentido fuertemente centralizado para explotar
y hacer uso eficaz y planificado de todos los recursos económicos internos o
externos del país, tanto humanos como materiales, en beneficio del esfuerzo de
guerra y de las necesidades del frente de combate.
3º. La articulación de unos "Fines
de Guerra" comunes y compartidos por la gran mayoría de las fuerzas
sociopolíticas representativas de la población civil de retaguardia y susceptibles
de inspirar moralmente a esa misma población hasta el punto de justificar los
grandes sacrificios de sangre y las hondas privaciones materiales demandados
por esa cruenta y larga lucha fratricida.
A juzgar por el curso y desenlace de la Guerra Civil,
parece evidente que el bando franquista fue superior al bando republicano en la
imperiosa necesidad de configurar un Ejército combatiente bien abastecido,
construir un Estado eficaz para regir la economía de guerra y sostener una
retaguardia civil unificada y moralmente comprometida con la causa bélica.
Y, sin duda, el contexto internacional en el que se
libró la contienda española impuso unas condiciones favorables y unos
obstáculos insuperables a cada uno de los contendientes.
No en vano, sin la constante y sistemática ayuda militar,
diplomática y financiera prestada por la Alemania de Hitler y la Italia de
Mussolini, es harto difícil creer que el bando liderado por el general Franco
hubiera podido obtener su rotunda victoria absoluta e incondicional.
De igual modo, sin el asfixiante embargo de armas
impuesto por la política europea de No Intervención y la consecuente inhibición
de las grandes potencias democráticas occidentales, con su gravoso efecto en la
capacidad militar, situación material y fortaleza moral, es altamente improbable
que la República hubiera sufrido un desplome interno y una derrota militar tan
total, completa y sin paliativos.
Informe
confidencial
Elaborado por el agregado militar británico en España
para conocimiento de las autoridades británicas:
"Es
casi superfluo recapitular las razones (de la victoria del general Franco).
Éstas son, en primer lugar, la persistente superioridad material durante toda
la guerra de las fuerzas nacionalistas en tierra y en el aire, y, en segundo lugar, la superior calidad de todos sus
cuadros hasta hace nueve meses o posiblemente un año. (...) Esta inferioridad
material [de las tropas republicanas] no sólo es cuantitativa, sino también
cualitativa, como resultado de la multiplicidad de tipos [de armas]. Fuera cual
fuera el propósito imparcial y benévolo del Acuerdo de No Intervención, sus
repercusiones en el problema de abastecimiento de armas de las fuerzas
republicanas han sido, para decir lo mínimo, funestas y sin duda muy distintas
de lo que se pretendía".
"La
ayuda material de Rusia, México y Checoslovaquia [a la República] nunca se ha
equiparado en cantidad o calidad con la de Italia y Alemania [al general
Franco]. Otros países, con independencia de sus simpatías, se vieron refrenados
por la actitud de Gran Bretaña. En esa situación, las armas que la República
pudo comprar en otras partes han sido pocas, por vías dudosas y generalmente
bajo cuerda. El material bélico así adquirido tuvo que ser pagado a precios
altísimos y utilizado sin la ayuda de instructores cualificados en su
funcionamiento. Tales medios de adquisición han dañado severamente los recursos
financieros de los republicanos". [Informe del mayor E. C. Richards, de 25
de noviembre de 1938].
Un informe remitido a Berlín por el embajador alemán
en España, Eberhard von Stohrer, tras la ocupación de Cataluña y en vísperas
del colapso de la resistencia republicana:
"Las causas de la derrota
roja": "La explicación de la
decisiva victoria de Franco reside en la mejor moral de las tropas que luchan
por la causa nacionalista, así como en su gran superioridad en el aire y en su
mejor artillería y otro material de guerra. Los rojos, todavía sacudidos por la
batalla del Ebro y en gran medida lastrados por su escasez de material bélico y
sus dificultades de suministros alimenticios, fueron incapaces de resistir la
ofensiva". [Despacho del 19 de febrero de 1939].
La política de No Intervención (la "traición de
las democracias" que tanto denunciarían los líderes republicanos) no fue
la razón única y exclusiva de la victoria de Franco y de la derrota de la
República.
No son razonables las sencillas explicaciones
unicausales y unilaterales: tan importante en el desenlace de la guerra como
esa persistente inhibición de la entente franco-británica habría sido la
sistemática intervención italo-germana y las limitaciones de la asistencia
soviética, por mencionar sólo las dimensiones internacionales presentes y
operantes en la contienda.
La
opinión de Rojo
La estimación realizada, apenas unos meses después de
terminada la contienda, por el general Vicente Rojo Lluch (1894-1966), jefe del
Estado Mayor Central del Ejército Popular de la República y auténtico estratega
supremo del bando derrotado. Su balance, por eso mismo, tiene especial valor
testimonial al proceder de quien fuera el antagonista fundamental que tuvo Franco
en el plano militar durante la contienda. A juicio del general Rojo, "las
causas del triunfo de Franco" se debían a un conjunto de razones
correlacionadas que atendían a varios frentes distintos:
"En
el terreno militar, Franco ha triunfado: 1º. Porque lo exigía la ciencia
militar, el arte de la guerra. (...) 2º. Porque hemos carecido de los medios
materiales indispensables para el sostenimiento de la lucha. (...) 3º. Porque
nuestra dirección técnica de la guerra era defectuosa en todo el escalonamiento
del mando. (...)
En
el terreno político, Franco ha triunfado: 1º. Porque la República no se había
fijado un fin político, propio de un pueblo dueño de sus destinos o que
aspiraba a serlo. (...) 2º. Porque nuestro gobierno ha sido impotente por las
influencias sobre él ejercidas para desarrollar una acción verdaderamente
rectora de las actividades del país. (...) 3º. Porque nuestros errores
diplomáticos le han dado el triunfo al adversario mucho antes de que pudiera
producirse la derrota militar. (...)
En
el orden social y humano, Franco ha triunfado: 1º. Porque ha logrado la
superioridad moral en el exterior y en el interior. (...) 2º. Porque ha sabido
asegurar una cooperación internacional permanente y pródiga". [Vicente
Rojo, ¡Alerta los pueblos! Estudio político-militar del periodo final de la
guerra española].
La guerra civil española como lucha militar.- Stanley
G. Payne
Las enormes controversias que rodean la guerra civil
española -controversias aún no apagadas del todo, pese al transcurso de medio
siglo-junto con la gran atención prestada a la participación y reacción
internacionales, y la voluminosa producción de la intelligentsia política y
literaria comprometida, han oscurecido a menudo el hecho fundamental de que la
guerra española fue, en último término, una contienda militar cuyo resultado
debía decidirse en términos militares, el número de investigaciones
monográficas, dedicadas estrictamente al aspecto militar, no es sino una
fracción de las dedicadas a los aspectos político, internacional y incluso literario.
Por eso merece la pena dedicar cierta atención a los problemas militares
fundamentales implicados en el conflicto, especialmente a aquellos factores que
resultaron militarmente decisivos. Debido a la naturaleza limitada de la
investigación monográfica, no es aún posible ofrecer conclusiones definitivas
en ciertos aspectos, y mucho menos presentar estadísticas finales, incluso en
lo que se refiere a problemas cruciales.
Si bien ha habido negligencia en el abandono de la
historia militar, se han corregido algunas de las concepciones erróneas y
fórmulas propagandísticas anteriores. Por ejemplo, la división equilibrada de
las fuerzas armadas entre los dos lados, al comienzo de la lucha. De hecho, la
guerra civil no comenzó como un enfrentamiento «del ejército contra el pueblo»,
como se ha pretendido a veces, sino que las fuerzas republicanas, en ciertos
casos, disfrutaban de mayores contingentes del ejército regular. Este estaba
tan dividido políticamente (al menos entre los mandos de mayor edad) como lo
estaba la sociedad española en general. En un principio, los insurgentes
obtuvieron el control de poco más de la mitad de las unidades del ejército
regular. La policía quedó también dividida por igual. Para los rebeldes fue una
ventaja fundamental contar con el apoyo de
Traducción: Elena R. Halffter
la única élite de combate del ejército español -las
unidades duras y profesionalizadas del Tercio y de los Regulares marroquíes del
Protectorado, además de otras unidades mejor entrenadas estacionadas en
Marruecos-. Para la República esto quedó compensado en parte -aunque sólo en
parte- gracias a su control de todos los centros industriales y de los mayores
depósitos de material. Por otra parte, retenía al menos el 60% del personal dé
aviación, y casi dos tercios del de la marina (aunque no contaba con los
oficiales navales, muchos de los cuales fueron eliminados).
Durante las primeras semanas de lucha, ambos lados
siguieron una política militar relativamente especializada, política que tuvo
que ser alterada sustan-cialmente al ir creciendo el conflicto hasta la
movilización total. La República comenzó enseguida a depender, en gran parte,
de la milicia armada de los movimientos revolucionarios. Aunque las primeras columnas
de combate organizadas en la zona del Frente Popular estaban constituidas, al
menos en parte, por unidades del ejército regular qua habían permanecido
leales, al cabo de una o dos semanas se vieron inundadas por la expansión de la
milicia, y la revolución fue erosionando la confianza política y psicológica en
los restos del ejército regular. El resultado fue un desastre militar. Glandes
grupos de milicianos, indisciplinados y sin adiestrar, eran vencidos una y otra
vez por los grupos de combate más pequeños, pero mejor entrenados y
organizados, de las fuerzas regulares insurgentes. Tampoco aprovechó la
República su superioridad en el mar y el aire para obtener una mayor eficacia.
Es cierto que los débiles escuadrones de la aviación española, divididos como
estaban, carecían de fuerza suficiente para llegar a ser un factor decisivo,
pero la República, sin embargo, mantuvo durante los primeros meses un control
naval decisivo en el Mediterráneo y en las costas del Sur. A causa de una
estrategia inadecuada y la desorientación táctica a bordo de los barcos
republicanos, debidos al reemplazo masivo de oficiales, la flota republicana no
se utilizó ventajosamente, y el semibloqueo de Marruecos se rompió pronto.
Los nacionales dependieron desproporcionadamente durante
los primeros meses de las unidades de élite marroquíes, complehientadas con los
falangistas y los grupos milicianos de derechas, así como por una movilización
limitada de los nuevos reclutas del ejército. Sin embargo, entre los
nacionales, la función de las fuerzas constituidas por la milicia política se
lirfíitó a ser principalmente defensiva o de operaciones secundarias, y desde
el principio estuvo rigurosamente subordinada a las órdenes del ejército
regular. La prolongación de la lucha durante el otoño y el invierno de 1936-37
hizo necesario un proceso de movilización militar más amplio de lo que en un
principio habían imaginado Franco y otros, pero hasta después del estancamiento
militar en Guadalajara (marzo de 1937) no se decidió del todo Franco a adoptar
la idea de masificar su ejército.
La intervención extranjera y la ayuda militar h^n sido
cuestiones muy controvertidas desde las primeras semanas del conflicto, y
continúa siendo motivo de considerable debate. La primera ayuda extranjera le
llegó a la República en forma de equipamiento militar proporcionado por
Francia, en parte como continuación de contratos de abastecimiento ya
existentes. Pero esta ayuda inicial francesa terminó pronto, dejando a la Unión
Soviética, durante la mayor parte de la guerra, como primera fuente de
aprovisionamiento, completado éste por material comprado a Checoslovaquia y a
otra serie de países por agentes soviéticos y republicanos.
La primera ayuda recibida por los nacionales empezó a
llegar de Italia antes de finales de julio de 1936, en forma de un pequeño
número de aviones, y algunas armas alemanas llegaron sólo una o dos semanas
después. La fecha en que comenzó la ayuda soviética no está tan clara, por
falta de documentación directa soviética, pero se suele identificar su comienzo
con la llegada de grandes cantidades de material soviético a Alicante y a otros
pueblos levantinos, durante la segunda mitad de octubre del mismo año. Sin
embargo, la misión soviética NKVD de inteligencia militar y de actividades de
la guerrilla, al mando de Or-lov, estaba ya organizada y había sido enviada
antes de agosto, y existe evidencia de que alguna ayuda soviética llegó antes
de octubre. Lo que está claro es que los cargamentos de octubre constituyeron
el mayor movimiento de material -aparte de los aviones- hasta esa fecha, y
Hitler replicó con su decisión de enviar un cuerpo completo de aviación a
España, seguido por la Legión Cóndor, que se formó durante el mes de noviembre
de ese año. Mussolini aumentó entonces la escalada de ayuda extranjera
despachando unidades militares enteras, el primer batallón de lo que llegaría a
ser, con el tiempo, una fuerza italiana de 70.000 hombres, que llegó en los
primeros días de 1937.
El año siguiente, 1937, fue el momento de máximo
desarrollo de los dos ejércitos, aunque el gobierno republicano inició el
proceso más ampliamente y con más seriedad que Franco. En efecto, durante la
administración de Largo Caballero -de la que abominaron más tarde los comunistas
por sus fracasos militares- se inició la organización formal del ejército
popular, a lo largo de los meses de septiembre y octubre de 1936. Aunque los
nacionales habían iniciado una movilización limitada de los reclutas regulares
desde el principio del conflicto, Franco sólo comenzó a moverse a un nivel
equivalente de movilización general seis meses después, en marzo del 37. En
términos puramente numéricos, el ejército popular movilizó más hombres y
organizó más unidades que los nacionales durante todo el año siguiente. Además,
se mantuvieron más hombres en diversas unidades de policía armada en la zona
republicana que en la nacional.
El fracaso del ejercito popular no se debió, por
tanto, a falta de movilización ni a desinterés por organizar un ejército
regular, sino más bien a la incapacidad de llevar todo esto a cabo de un modo
efectivo. A menudo se achaca el fracaso a la deficiencia de armas y de
equipamiento, pero no está nada claro que la República sufriera una relativa
carencia de los mismos, comparada con Franco, antes del otoño de 1937. Tal vez
el fallo principal podría estar en las esferas de los mandos, del
entrenamiento, y de la cohesión de las unidades en el combate. El esfuerzo
bélico de la República no pudo compensar nunca, el rechazo inicial de la mayor
parte de los cuadros de oficiales profesionales de que disponía durante los
primeros días de la guerra. Al menos la mitad d,e los 15.000 o más oficiales
del ejército regular de España, se encontraron en un primer momento dentro de
territorio republicano, y de ellos sólo una minoría eran rebeldes manifiestos
al principio. Sin embargo, unos 3.000 fueron rápidamente purgados y unos 1.500
ejecutados antes o después. Alrededor de otros l.ÓOO se escondieron o escaparon
a zona nacional, de modo que, según cifras jde Ramón Salas Larrazábal, sólo
unos 3.500 sirvieron en el ejército popular. Peor aún, desde el punto de vista
de la eficacia militar, fue que la selección de oficiales y el adiestramiento
del ejército popular obedeciera siempre en alguna medida a criterios políticos,
y su organización nunca llegara a tener un carácter del todo profesional. Las
deficiencias consiguientes en el mando, en la iniciativa y en la cohesión de
las unidades de combate, no pudieron ser compensadas ni siquiera por el buen
espíritu de equipo que caracterizó a muchas de las jropas republicanas durante
1936-37.
El ejército de los nacionales se enfrentó a muchos
problemas de este tipo, pero mantuvo en todo momento un nivel más alto de
liderazgo militar y una mejor organización, lo cual reflejaba sus prioridades
básicas. El ejército nacional estaba organizado sobre la base de un cuadro dé
8.000 o más oficiales profesionales. Se completaba con cientos de otros
oficiales de la milicia nacional, y con un total de más de 22.000 alféreces
provisionales formados en nuevas escuelas de adiestramiento de oficiales. En
ciertos aspectos, la calidad de combate de las unidades nacionales se deterioró
con el transcurso de la guerra, ya que la creciente escasez de oficiales profesionales
más jóyenes y competentes, se compensaba sólo parcialmente con una mayor
experiencia en combate. Las principales unidades nacionales, sin embargo,
mantuvieron un nivel de competencia de sus mandos, de cohesión técnica y de
rendimiento en el combate, más alto que el de sus oponentes republicanos. No era
cuestión de inferioridad de los efectivos militares -los reclutas republicanos
tenían probablemente la misma preparación física y eran, en general, tan
capaces como sus oponentes nacionales, al menos hasta mediados de 1938- sino de
upa mayor eficacia militar, en términos generales, de la máquina de la guerra
nacional.
Más decisivo incluso que la relativa superioridad en
organización y calidad
combativa del ejército nacional, fue el uso decidido e
implacable que hizo
Franco del poder naval, activamente respaldado por
Mussolini. Casi inmedia
tamente después de convertirse en Generalísimos en
octubre de 1936, Franco
optó por una política vigorosa de asalto directo a la
flota republicana, siempre
que hubiera ocasión de ello. Tenía una conciencia
clara de la importancia de la
logística y del abastecimiento, y estaba decidido a
hacer todo lo posible por cor
tar las fuentes republicanas de suministro de armas.
Dada la pobreza inicial de
la armada nacional, Franco no pudo lanzar una ofensiva
general contra la flota
republicana hasta el verano de 1937, cuando losj
submarinos italianos y otras
unidades participaron en el ataque. |
En cambio, la fuerza superior de la armada republicana
se limitó de principio a fin a una estrategia en gran medida defensiva y
pasiva. Desde finales de
1936 a finales de 1938, la flota y la mayor parte de
la aviación estuvieron bajo el control directo de consejeros soviéticos, los
cuales impusieron la cauta estrategia defensiva en boga entre las fuerzas
navales y aéreas soviéticas, en aquel momento. Así, los nacionales dominaron en
gran medida tanto el aire como el mar, gracias en parte a las técnicas más
agresivas de las unidades alemanas e italianas que les ayudaban, y a la abierta
itervención de la marina italiana en el Mediterráneo durante 1937-38. Aunque
jnás tarde la marina británica actuó para proteger los cargamentos neutrales
durante algún tiempo, los ataques italianos y nacionales hundieron cientos de
barcos republicanos y extranjeros cargados con aprovisionamientos. Hacia finales
de 1937, la Unión Soviética se negó a enviar más barcos de abastecimiento por
el Mediterráneo, por lo que tuvo que hacer sus envíos a través de Francia.
Por todo esto, la guerra en el mar fue enseguida más
desigual que en tierra. Tanto los republicanos como los nacionales comenzaron
el conflicto con un acorazado cada uno, aunque los primeros contaban
inicialmente con tres cruceros, mientras los segundos
sólo tenían uno. Al final de la guerra ambos tenían tres. Los republicanos
empezaron con una ventaja de 10 a 1 en destructores y de 12 a O en submarinos.
Al final, la proporción era de 9 a 5 y de 6 a 3 respectivamente. El desarme
naval republicano no consistió en la derrota y destrucción directa de sus
buques de guerra (que rara vez participaron en combates importantes), sino en
las pérdidas masivas ocasionadas a su flota de abastecimiento. El más completo
estudio sobre la guerra civil española en el mar (del profesor Willard Frank),
llega a la conclusión de que los republicanos perdieron 554 barcos de todo tipo
-sólo un pequeño número de ellos era de guerra- de los cuales 144 se perdieron
por la acción alemana e italiana (principalmente la italiana). Además, 106 buques
extranjeros que transportaban abastecimientos para los republicanos fueron
también hundidos, 75 por alemanes e italianos. Por el contrario, los nacionales
sólo perdieron 31 barcos de todo tipo en la guerra, parece ser que 9 de ellos
por la acción soviética.
Ha menudo se ha alegado que la conquista nacional de
la zona republicana del norte fue el momento crucial de la guerra civil. Esto
es probablemente cierto, especialmente si se tiene en cuenta que coincidió con
la ofensiva naval conjunta de nacionales e italianos, que tan desastrosos
efectos tuvo para los abastecimientos republicanos. En abril de 1937, los
republicanos todavía disfrutaban de superioridad numérica en hombres, en total
de unidades militares, en armas y material y en industria bélica. Al final de
la conquista de la zona norte, seis meses más tarde, estas ventajas habían
desaparecido en su mayoría.
El éxito de la estrategia nacional en 1937 apuntaba a
una total deficiencia en el plan estratégico general de las fuerzas
republicanas, las cuales tendían a confiar en una defensa relativamente pasiva,
del mismo modo que tendían a dispersar los efectivos militares y los materiales
disponibles a lo largo de un extenso perímetro defensivo. Frente a tal
estrategia defensiva, fue mucho menos difícil para Franco concentrar sus
unidades más fuertes en grandes grupos de ofensiva, disfrutando siempre de
superioridad numérica al menos en el punto
de ataque, y de este modo pudo destrozar las unidades
republicanas sector por sector. Por otro lado, la mayor parte de la línea
defensiva de los nacionales estaba mucho menos guarnecida, mantenida por falangistas
y milicianos voluntarios o por unidades secundarias del ejército regular.
La historia del sector principal del ejército popplar
es esencialmente la historia de cuatro ofensivas-Brúñete, Belchite, Teruel y el
Ebro- rematadas por la defensa de Valencia, que tuvo un éxito relativo, en
1938. La meta del ejército popular fue sobre todo crear un verdadero ejército
¿le maniobra, esto es, un grupo importante de cuerpos militares capaces de
concertar una acción ofensiva. Durante casi un año los republicanos lucharon
principalmente a la defensiva, siendo la primera ofensiva a gran escala la
operación Brúñete, emprendida al norte de Madrid en 1937, seguida por la
ofensiva de| Belchite, en Aragón, cuatro meses más tarde. Ninguna de las dos
operaciones lo|gró un avance importante, y ambas fallaron en su intento de
desviar a las tropas nacionales de la conquista del norte.
En los últimos meses de 1937, con las fuerzas
republicanas ya desfallecien do, mientras aumentaban constantemente las del
ejército nacional, la cuestión de recobrar la iniciativa estratégica se
convirtió en un punto de vital importan cia para los mandos republicanos. Esto
produjo la ofensiva de Teruel en diciembre de 1937. Aunque tampoco ésta logró
un gi[an avance, consiguió capturar una capital de provincia, e indujo a Franco
a abjandonar sus propios planes, en favor de una nueva ofensiva cerca de
Guadalajara para aislar Madrid. A pesar de la derrota final de los republicanos
en Teruel, en el transcurso de la con traofensiva franquista en enero y febrero
de 1938, que dejó sus defensas grave mente debilitadas en Aragón -preparando el
terreno para la espectacular ofensiva relámpago de Franco que le llevó hasta el
marj- el ejército popular, a pesar de todo, consiguió reagruparse hacia mayo de
1938 y librar una obstinada campaña defensiva durante dos meses y medio, que
impidió a los nacionales avanzar hasta Valencia. I
Una de las mayores proezas militares republicanas
durante la guerra fue la restauración del ejército popular, que tuvo lugar er|
Cataluña durante la primavera y comienzos del verano de 1938. Ello representó
la movilización de efectivos más extensa de toda la guerra; empezó en Cataljuña
con el reclutamiento de los reemplazos de 1927. 1928 y 1942, seguidos al poco
tiempo por los de 1923 hasta los de 1926 y. más tarde, por los reservistas] de
1919 hasta los de 1922. Esto hizo posible, una vez más. llenar las filas del
ejército popular en el noroeste, aunque se hizo básicamente con jóvenes
menor|es de veinte años y hombres entre los treinta y los cuarenta. En total se
incorporaron casi 200.000 reclutas en la zona republicana. Esto fue acompañado
po|r la reapertura oficial de la frontera con Francia, que aumentó enormemente
bl caudal de armas nuevas y otros pertrechos, e hizo posible la creación de un
n¡uevo ejército-el ejército del Ebro- que tomó la iniciativa en nombre de la
República por última vez, con la ofensiva del 1 5 de julio de 1938. Aunque
tampoco ésta vez lograron los republicanos un avance estrtégico. originó la batalla
más larga y más sangrienta de toda la guerra civil -la llamada campaña del
Ebro, que se prolongó de julio a noviembre de 1938-. En adelante ya no habría
enfrentamientos importantes.
Es de todos sabido, que en la zona republicana los
comunistas se arrogaron pronto la primacía de la lucha militar, denunciando a
sus rivales revolucionarios de izquierdas por abandonar la guerra en favor de
la política. Durante los primeros meses del conflicto, llenos de confusión y
entusiasmo, las acusaciones de los comunistas tuvieron una considerable parte
de verdad. Sin embargo, como hemos visto, el gobierno de Largo Caballero asumió
rápidamente la iniciativa de organizar un ejército popular regular, no siendo
ésta en su mayor parte una empresa comunista. El que los oficiales comunistas, se
hicieran con el mando de una proporción tan grande de las unidades mejor
preparadas del nuevo ejército, se debió, más que a ninguna otra cosa, al semimonopolio
de armas y pertrechos de que disfrutaba la Unión Soviética, y a la dureza con
que los consejeros soviéticos y los jefes comunistas españoles llevaron a cabo
su política en el nuevo ejército. Los comunistas de todas partes daban primacía
a la fuerza militar y, en este aspecto, el papel de los comunistas en España
fue consecuente con las prioridades normales de los comunistas en otros
lugares, pero cuando llegó el momento de elegir entre la influencia política comunista
y la fuerza militar no comunista, estuvieron tan dispuestos a sacrificar la
eficacia militar a la política, como lo habían estado socialistas y
anarquistas. Este persistente conflicto interno fue, claro está, una de las
claves que explican la debilidad del esfuerzo bélico republicano.
Está comunmente reconocido, por el contrario, que una
de las principales contribuciones de Franco al triunfo nacional fue de carácter
estrictamente político, esto es, el mantener la unidad política entre los
nacionales, para poder concentrarse prioritariamente en las cuestiones militares.
Por otro lado, las valoraciones que se han hecho de la calidad de su liderazgo
militar han sido enormemente variadas: el coro de alabanzas surgido bajo su
régimen le calificaba de genio, mientras sus detractores (entre los que se
encontraba Mussolini), le negaban todo talento militar al margen de una simple
mediocridad profesional. Evidentemente, la verdad se encuentra en el centro de
estos dos extremos. Franco no era un genio militar, pero poseía ciertas
cualidades muy positivas como jefe militar: era sereno, concienzudo y práctico,
y dedicaba considerable atención a cuestiones fundamentales como el
entrenamiento, la logística, los abastecimientos, las comunicaciones y el uso
de la topografía. Su principal talento se encontraba en el ámbito de los
asuntos técnicos y estructurales más prosaicos, pero no por eso menos básicos e
importantes. Entendía escasamente la nueva tecnología per se, pero era capaz de
integrarla, en la medida de lo posible, en su estrategia general.
Posiblemente, la dimensión más pobre de Franco fue la
estratégica, porque tenía para ello poca imaginación y escasa aptitud. Sus
inclinaciones personales se dirigían siempre hacia una preparación cuidadosa y
movimientos prudentes, bien calculados e incluso, en ocasiones, cautos. Las
jugadas innovadoras y los riesgos temerarios no formaban parte de su constitución
psicológica. Por eso ha sido criticado incluso por alguno de sus lugartenientes
principales, tanto como por sus más importantes aliados, por negarse a actu'ar
con movimientos estratégicos arriesgados y decisivos, por ser demasiado
cauteloso y preferir responder a la iniciativa enemiga. La innovación estratégica
más decisiva del esfuerzo bélico nacional, la decisión de 1937 de abandonar la
ofensiva del centro y liquidar la zona norte, parece haber sido trazada
originalmente por su Jefe de Estado Mayor, Juan Vigón, que consiguió convencer
a Franco de lo acertado de la misma.
Se dejaron pasar las oportunidades para una victoria
rápida en septiembre de 1936, aunque entonces había dos posibilidades viables:
una podría haber sido la de trasladar un considerable número de tropas a la
zona de Mola (en una ocasión a principios de aquel mes, los dos ejércitos
nacionales se llegaron a unir en el oeste), para atacar Madrid desde la
posición avanzada de Mola al lado de la capital, mientras que la otra podría
haber consistido en avanzar directamente sobre Madrid, durante la tercera y
cuarta semanas de aquel mes, desentendiéndose del flanco sudoriental. Madrid
estuvo más débilmente defendido durante septiembre que en octubre o noviembre,
pero el golpe audaz no se intentó. En vez de esto, las fuerzas de Franco
lucharon para ir ganando terreno pueblo a pueblo, a lo largo de un frente
bastante extenso.
La decisión de Franco de cancelar la ofensiva sobre
Madrid y Guadalajara en 1937, para responder al asalto republicano de l[eruel,
fue muy criticada por sus consejeros alemanes e italianos, así como por
algunos.de sus mandos. Críticas similares acompañaron su decisión de volverse
hacia el sur en mayo de 1938, en una lenta ofensiva frontal contra Valencia,
mientras Cataluña, mal defendida, podría haber sido ocupada como consecuencia
directa del avance de los nacionales hasta el mar. En esta ocasión, pudo
disuadir a Franco la posibilidad de un cambio en la política francesa, e
incluso de una intervención de Francia, si ocupaba todo el noroeste hasta la
frontera dorante las tensiones de aquel año previas a la cuestión de Munich.
Sin embargo, de lo que hablaba más abiertamente era de prioridades económicas
peculiarmeínte definidas: la falta de moneda extranjera para importar materia prima
con que abastecer la industria catalana, si ésta llegaba a ser ocupada a corto
plazo, fílente a la utilidad de los cítricos levantinos para mejorar la balanza
de cambio.
La decisión de julio de 1938, de comprometer la mayor
parte de sus recursos en la contraofensiva del Ebro fue igualmente criticada,
llevando a Mussolini, al menos momentáneamente, casi a la desesperación!. Pero
ni siquiera Franco dirigía la guerra con criterios exclusivamente militaras:
buscaba las ventajas políticas y psicológicas casi tanto como las comunistas, y
se negaba a dejar cualquier iniciativa o triunfo republicano sin contestación.
La campaña del Ebro le costó al ejército nacional más muertes que ninguna otra
(6.500 por lo menos), que Franco justificó alegando que una batalla importante
de desgaste, favorecería una concentración de la potencia de fuego nacional.
Esto era probablemente una verdad a medias, porque la proporción de bajbs fue
mucho menos favorable para los nacionales de lo que se pretendió entonces, pero
Franco tenía razón en un aspecto muy importante: la campaña del Ebro trituró lo
que posiblemente fuera el sector más fuerte y más importante de lo que quedaba
del ejército popular. Una vez destruido éste no pudo ser reconstruido, ni pudo
recuperarse el ánimo republicano del precio que había tenido que pagar.
Cualquiera que sea el juicio que nos merece el
liderazgo de Franco, o el comportamiento del ejército nacional en general, se
ha sostenido a menudo que el factor decisivo en la victoria nacional no fue ni
uno ni el otro, sino más bien la dicisiva contribución de la intervención extranjera.
Después de cincuenta años, la magnitud exacta de esta intervención y su
importancia para ambos bandos de la guerra civil, no ha podido calibrarse aún
con absoluta precisión. Parece no caber duda de que la ayuda militar italiana y
alemana a Franco fue muy superior en calidad de resultados, y ligeramente
superior en cantidades absolutas, a la ayuda que de la Unión Soviética y de
otros países recibió el Frente Popular. La cantidad de personal militar alemán
en España era por lo menos el doble del soviético, mientras que los 70.000
soldados.italianos que había en la península en 1937, punto culminante de la
participación italiana, excedían probablemente el número total de voluntarios de
las Brigadas Internacionales, aunque el interbrigadista medio probablemente
estuviese luchando en España durante un periodo de tiempo más largo.
Después de la guerra civil, los republicanos no
comunistas se quejaron, en ocasiones, de que el esfuerzo republicano había
quedado lastrado por el hecho de que la Unión Soviética enviara
predominantemente armas viejas y anticuadas. Sin embargo, la evidencia de que
disponemos no parece corroborar este argumento. Es cierto que parte del
equipamiento utilizado por ambos lados era anticuado, pero la Unión Soviética
también envió algunas de sus armas más modernas. Los únicos tanques del calibre
utilizado en la li Guerra Mundial, que prestaron servicio en ambos lados, eran
el último modelo de tanques del Ejército Rojo enviados por Moscú. De modo
similar, los aviones caza de gran velocidad que llegaron de la Unión Soviética
en octubre de 1936, eran superiores a cualquier otro de los enviados por
Alemania o Italia, hasta la aparición de los Messerschmitts algún tiempo después.
Incluso se enviaron modelos más nuevos y recientes de cazas soviéticos (los
«Supermoscas») en 1938.
Su utilización y eficacia era otra cuestión. Por lo
que a esto se refiere el equipo alemán e italiano, ya estuviera manejado por
alemanes, italianos o españoles, generalmente sobrepasaba en rendimiento al
soviético, tanto si éste era utilizado por rusos como por españoles. En parte,
esto se debía a las tímidas tácticas defensivas impuestas por los consejeros
soviéticos. Incluso el ejército italiano y las tropas de la milicia, que en
general no han gozado de muy buena reputación, actuaron, en su mayoría,
moderadamente bien. Su índice de bajas fue ligeramente inferior al,
aproximadamente, seis por ciento de muertos del ejército nacional en conjunto.
La artillería italiana jugó un papel importante, del mismo modo que la ayuda de
la Legión Cóndor alemana fue vital para varias de las ofensivas clave de
Franco.
La característica primordial de la guerra española,
tanto política como militarmente hablando, consistió en ser frecuentementje
presentada como el reflejo o la representación de algo distinto de lo que
realmente era..
Esencialmente fue un conflicto
revolucionario/contrarrevolucionario, pero se le hizo una insistente propaganda
como una lucha entre «fascismo y «democracia». Las representaciones políticas
falsas, tuvieron su contrapartida en conclusiones militares falsas, engañosas o
incompletas. Así, por ejemplo[ se ha exagerado considerablemente la experimentación
militar que supuestamente se llevó a cabo y/o las lecciones que de ella
derivaron. Las tácticas y el material constituían, de hecho, una mezcla única
de la primera y segunda guerras mundiales. Ambas partes tuvieron la oportunidad
de introducir una variedad de innovaciones menores -tales como las nuevas armas
de disparo más rápido- pero éstas no tuvieron, en su mayoría, dimensión revolucionaria.
En realidad, las conclusiones que sacaron los teóricos de otros ejércitos
europeos fueron a menudo, posiblemente más erróneas e inapropiadas que
pertinentes y útiles para los propósitos de la II Guerra Mundial.
Los alemanes fueron los que más se beneficiaron, pero
incluso ellos sólo sacaron un provecho parcial. El factor más significativo,
demostrado en España, fue la eficacia de la táctica alemana de apoyo aéreo,
primero en la conquista de Vizcaya y, después en las campañas de mayor
envergadura del noroeste, a lo largo de 1938. Irónicamente, a pesar de las
acusaciones republicanas sobre Guernica, la conclusión a la que llegó la
Luftwaffe\ fue que el bombardeo estratégico de ciudades e industrias merecía
mucha mehor atención que el bombardeo táctico en apoyo de operaciones de
tierra. Aunque ésta fuera una conclusión perfectamente válida, sacada de la experiencia
española, estableció una prioridad que costaría cara al esfuerzo bélico alemán
a partir del otoño de 1940, cuando la Luftwaffe se encontró con que el ala
estratégica de su fuerza aérea estaba poco desarrollada. En contra de los
rumores al respecto, el Blitzkrieg alemán nunca se probó en España. No hubo
producción en masa de tanques alemanes de calidad adecuada hasta prácticamente
el final de la guerra, y casi ninguno estuvo disponible para poder ser enviado
a España. La aviación fue mucho más importante que los vehículos blindados para
apoyar el avance de los nacionales.
Italia, la potencia más comprometida con la lucha
española, no consiguió beneficiarse de ella militarmente. Esto no fue debiido,
como se ha alegado a veces, a que los suministros militares italianos se vieran
seriamente disminuidos por los envíos a España. La mayor parte del material
italiano enviado a España, si bien adecuado dentro del contexto tecnológico
algo anticuado de la guerra española, resultaba pasado y de poco valor para un
cómbate como el desarrollado en la II Guerra Mundial y, por otro lado, el
volumen en que se suministró dicho material no fue tan grande como para poner
serianjiente a prueba la producción de la industria italiana. Más bien ocurrió
lo contrario: el carácter parcialmente anacrónico de la guerra española, junto
con el rendimiento relativamente superior de las tropas nacionales equipadas
con armak italianas, adormeció en un falso sentido de complacencia a la
jefatura italiana, que nunca hizo planes ni se preparó seriamente para la
participación en una guerra mundial. Incluso el desaliento de su mal equipada
infantería, frente a los tanques soviéticos en Gua-dalajara, les causó escasa
impresión.
Tampoco demostraron mayor sagacidad para aprender del
conflicto español los jefes militares soviéticos. Aunque se percataron de la
importancia de incrementar sus carros blindados, ya habían tomado una decisión
en este sentido con anterioridad, mientras que, por otro lado, la utilidad
limitada de los vehículos blindados en España, Jes convenció de que una táctica
de dispersión de las unidades de infantería -algo diametralmente opuesto al
Blitzkrieg de blindados alemán- sería la táctica apropiada para una guerra
europea. Del mismo modo, el desastroso fracaso de las tácticas aéreas
soviéticas en España -que favorecerían el «combate en grifpo» y la defensiva
frente a las tácticas individuales y la ofensiva- produjo escasos cambios en
sus planteamientos hasta mucho después de empezada la guerra, en 1941.
Después de 1939, estuvo en boga referirse a la guerra
española como el «asalto inicial» de la segunda guerra europea, o emplear algún
concepto equivalente, pero la exactitud de esta interpretación es muy dudosa y
de limitada utilidad, excepto para propósitos de propaganda política. Incluso
podría tener más sentido dar la vuelta a la proposición y concluir que el
conflicto español fue en realidad el último asalljo, y el más radical, de la
primera guerra mundial. La desintegración revolucionaría de las instituciones
en España, no tuvo equivalente en ningún otro lugar de Europa durante los
últimos años treinta, pero fue en sus aspectos clave análoga a la descomposición
revolucionaria de las instituciones, ocurrida en numerosos países de Europa
Central y Oriental entre 1917 y 1920 -o al menos ese fue el argumento de los
propios revolucionarios españoles en 1934-36-. La radicalización y el colapso
ocurrieron más tarde en España, porque ésta no había estado implicada en la I
Guerra Mundial; al faltar el estímulo generado por las tensiones de un ambiente
de guerra, junto a la movilización masiva concominante, los procesos de esta
índole tardaron más en desarrollarse, dado el contexto estrictamente doméstico
y de paz. Como guerra civil revolucionaria/contrarrevolucionaria -lo que en
esencia fue el conflicto español- era directamente análoga a las luchas
ocurridas después de la i Guerra Mundial en Rusia, Hungría y el área del
Báltico, e incluso hasta cierto punto en Alemania. No hubo nada equivalente a
esto durante los primeros asaltos de la II Guerra Mundial, aunque ciertas
pautas de acción similares comenzaron a aparecer en Yugoslavia en 1941. De
igual modo, la creación de un ejército revolucionario o popular, acompañado por
la exacerbación del nacionalismo en oposición a él, fue un producto de la I
Guerra Mundial, y no típico de las fases iniciales de la II Guerra Mundial en
Europa. Incluso en el empleo de tácticas y material militar, el conflicto
español fue tanto reflejo de la I Guerra Mundial como de su sucesora, con
lalprincipal excepción del uso más sofisticado de la fuerza aérea. Como foco de
atención e intervención internacional, la guerra española indudablemente
contribuyó a la dinámica de los asuntos internacionales, pero no constituyó una
preocupación crucial para ninguna de las grandes potencias, excepto quizá para
Italia, en la medida en que se la pudiera considerar corno una gran potencia.
La guerra española proprocionó la ocasión original para la creación del eje
Roma-Berlín en octubre de 1936, sin embargo, el Eje no participó conjuntamente
en el comienzo de la guerra europea, conflicto mucho más amplio, en 1939. Por
lo que respecta a la izquierda, la guerra española representó un intento de
formación de una especie de Frente Popular Internacional, dirigido en parte por
la Unión Soviética, pero esto resultó ser un fracaso total. Hitler solo inició
la II Guerra Mundial después que Stalin hubiera invertido por completo la
política en la que se basó, al menos en teoría, la intervención soviética en
España. Stalin, en vez de oponerse a Hitler, llegó a un acuerdo directo con él,
para una división del poder que haría posible una guerra europea de mayor
extensión. Esto es, la II Guerra Mundial sólo pudo comenzar cuando se
invirtieron las alianzas de la guerra civil española. La primera fase,
puramente europea, de la II Guerra Mundial, fue posible gracias a la alianza de
dos imperialismos revolucionarios rivales -el nazi y el soviético- contra las
democracias occidentales y los estados menores. No sólo los dos imperialismos
revolucionarios habían apoyado a lados opuestos en España, sino que, además, la
democracia, en su sentido occidental, nunca había sido un elemento por el que
luchar. Fue rechazada por Franco y los nacionales desde el principio, mientras
que la coalición pluralista del revolucionario Frente Popular, que gobernaba en
la zona de la República, sólo utilizó la democracia occidental como artículo de
propaganda internacional.
Como, con todo acierto, observó Raymond Arón en sus
Memorias, la única parte de la II Guerra Mundial que el conflicto español,
hasta cierto punto, presagió o anticipó, fue la lucha que comenzó en julio de
1941 cuando Hitler atacó la Unión Soviética. Por eso el régimen de Franco envió
voluntarios al frente ruso, mientras permanecía neutral o no beligerante en
otras cuestiones de la guerra, que atañían a potencias con las que no había
tenido un enfrentamiento directo. Después de 1941, el conflicto, ya realmerjte
mundial tras la intervención japonesa y americana, ni reflejó de modo evidente
la guerra española, ni constituyó un enfrentamiento auténtico entre el fascismo
y la democracia. Japón, por ejemplo, mantuvo su sistema constitucional anterior
a la guerra relativamente inalterado a lo largo de todo el conflicto^ mientras
que la alianza an-glo-américo-soviética, a todas luces, no se basaba en un
denominador común democrático. En último término, lo que estuvo en juego en la
conflagración mundial, fue un conflicto de poder entre las potencias mundiales
establecidas y los nuevos y radicales imperialismos nacionales de^ las naciones
tripartitas, que fueron totalmente derrotadas.
S.G.P.*
* Catedrático de Historia. Madison (Wisconsin). USA.